El bus casi no se mueve, son las 7:45 de la mañana. El tranque en el Puente de las Américas es traumático. Una pertinaz lluvia une la inmensidad del cielo con las aguas del Océano Pacífico. Es 19 de julio una fecha que para muchos es nada, pero para otros significa espera, alegría y devoción. Un mundo que para muchos es prácticamente igual y se torna monótono. Un mundo que para muchos interioranos o para aquellos que guardan íntegras sus raíces ancestrales, es completamente diferente, con ese mundo que sueñan en sus mentes.
El recorrido hacia la capital es agotador para las miles de personas que viven cerca, pero al lado de allá del puente. Aquellos que viven en el oeste de la provincia de Panamá, muchos de ellos santeños, muchos de ellos devotos de Santa Librada. Y para los que viven en la misma metrópolis, la angustia es la misma, pero el sentimiento igual.
La nostalgia se pasea entre el corazón y la mente de aquellas personas que dejaron su tierrita para buscar superación y que a costa de sacrificios luchan por mejorar su calidad de vida. Sacrificio y fe. Una fe envuelta en creencias y tradición y donde la mártir gallega ocupa un lugar muy especial para aquellos que profesan la religión católica. La añoranza por esa tierra cubierta de llanos y donde los trinos de las aves se envuelve con la saloma del campesino y la alegría de su gente. Un deseo interminable de abrazar esa tierra, más para estos tiempos, cuando se celebra la fiesta católica más importante de los santeños: Santa Librada de Las Tablas.
El repicar de las campanas del templo parroquial de Las Tablas, vibra en la mente de cada devoto que rinde tributo a la santa que se ha convertido en tableña, en santeña, una santa que ya es panameña. Santa Librada llegó por azares del destino hace ya más de 300 años al Puerto de Mensabé y fue la gestora del nacimiento de un pueblo, de una cultura y sobretodo de una gran devoción.
Y es que la moñona ataviada con sus clásicos colores azul y rojo, es la intercesora perfecta para miles de personas que buscan en ella un milagro de Dios. La fe mueve montañas y Santa Librada ha movido muchas montañas.
Muchos de esos santeños, muchos de sus devotos, la añoran, la extrañan. Es un amor en la distancia, una sensación de fe que nunca se apaga. Fe, respeto y nostalgia envuelve a muchos que extrañan ver a esa imagen que crucificada y envuelta en flores lanza su mirada al cielo tableño, allá en la campiña santeña.
Llegó la fiesta de Santa Librada, y con ella llegan los recuerdos de la infancia, de los amigos, de la familia. Llega el recuerdo de ese cerro llamado el Canajagua Azul, llega a la mente, las calles, los ríos, las casas, ese mundo tan tranquilo pero tan hermoso.
El pito y la caja resuenan en medio de los aplausos y los fuegos artificiales que parecen abrir paso a la mirada de la santa patrona que sale a recorrer las calles del pueblo que la ama más que su vida y es que su vida es Santa Librada. Una fe arraigada en lo más íntimo de los miles de católicos que cada 19 y 20 de julio llegan a Las Tablas para venerar a la patroncita.
Muchos no saben expresar ese amor, ese agradecimiento, ese fervor hacia la virgen, mártir y santa. Solo una lágrima, una sonrisa y la palabra gracias, pueden describir esa sensación.
"Fue mi infancia muy feliz, en el pueblo de Las Tablas, rodeada de gran cariño de las personas amadas, nunca se me olvidarán las fiestas más renombradas, los famosos carnavales, los famosos carnavales, las fiesta de Santa Librada", esta canción que hizo famosa el Escorpión de Paritilla Osvaldo Ayala, en la melodiosa voz de Eutimia González, es el sentir de miles de santeños que veneran a la santa gallega.
Una canción que demuestra que la distancia no es barrera cuando se trata de Dios, de la fe y creencia por algo tan grande como Santa Librada; la siempre hermosa, milagrosa y reina de todos los hijos de la cultura santeña.